miércoles, 18 de agosto de 2021

FRANCO, CONSPIRACIÓN Y ASESINATO (Un artículo de Ángel Viñas)

Con la muerte del general Balmes, víctima de un supuesto accidente, se inició la ejecución del golpe de Estado de julio de 1936. A partir de ahí se produjeron la escalada de Franco a la cúpula del poder y la cadena de tópicos con la que se ha pretendido justificar sus actos

Ángel Viñas

17 julio 2011, en El País.

No se necesita indicar año. Día y mes apuntan a la Guerra Civil, el parteaguas de nuestra historia contemporánea. Catástrofe para la inmensa mayoría. Ningún partido la reivindica hoy. Sin embargo, todavía hay políticos, comentaristas y algún que otro historiador que la justifican como inevitable

Los mitos tras el 18 de julio

Tal justificación cuenta con una larga tradición. Durante 35 años España entera se vio obligada a comulgar con la interpretación de los vencedores. Durante otros tantos años historiadores del más variado pelaje la hemos contrastado, penosamente, con la evidencia relevante de época. Salvo para algunos autores, los tres grandes mitos franquistas del 18 de julio no han resistido la contrastación:

-Desde las elecciones del Frente Popular de febrero de 1936 la República funcionaba en condiciones de crisis, con un Gobierno desbordado por las masas y en una situación en la que la democracia había desaparecido de España.

-La Patria se despeñaba por la senda de la revolución, impulsada por los malvados comunistas y por socialistas bolchevizados. En el primer caso, con el invalorable apoyo de Moscú, siempre atento a penetrar por el bajo vientre de Europa.

-El ejército y los sectores más sanos de la sociedad no tuvieron otro remedio que alzarse en armas contra un Gobierno que había perdido su legitimidad, si es que alguna vez la había tenido.

Los tres mitos se subsumen en uno solo: la culpa de la guerra, inevitable, recayó en las izquierdas. Tal fue la piedra berroqueña sobre la cual se asentó la "legitimidad de origen" del régimen orgullosamente autoproclamado del "18 de julio". El nuevo Estado de Franco.

Una doble tenaza contra las reformas

La conspiración antigubernamental se desató en serio en 1932. Abortado el golpe del general Sanjurjo en agosto, los descontentos pronto reanudaron sus actividades subversivas. Las vastas reformas políticas, sociales, culturales y económicas del bienio progresista constituyeron un desafío inaceptable. Sobre todo las últimas, con su promesa de reforma agraria que una buena parte de las derechas trató de aguar todo lo posible. Lo demostró hace muchos años Alejandro López. En 1933 monárquicos, militares y carlistas establecieron prometedores contactos operativos con la Italia fascista. En marzo de 1934 (¡atención a esta fecha!) Mussolini prometió su apoyo, en dinero y material, ante una sublevación mejor preparada. Al principio no fue necesaria llevarla a la práctica. El vaciado de las reformas se haría desde el Gobierno. El catolicismo político, nucleado en torno a la CEDA, se encargó de impulsar la tarea en el denominado bienio negro.

Esta estrategia pudo dar resultado. La ulterior revolución en octubre de 1934 permitió desmantelar a una izquierda exasperada y provocada por la paralización de las reformas. Las represalias chocaron incluso al embajador británico. En diciembre de 1935, el líder cedista, José María Gil Robles, ministro de la Guerra y que se había rodeado de militares hiperconservadores, pensó que tenía a su alcance la presidencia del Gobierno. Hélas! El presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, le vetó. No se fiaba de él. Algunos generales y jefes empezaron inmediatamente a pensar de nuevo en la apartada insurrección. A las iniciales reuniones se invitó a un general hoy olvidado y que había participado en las operaciones de Asturias, Amado Balmes. No asistió.

El momento no era propicio. No cuando iban a convocarse unas elecciones generales que las derechas confiaban en ganar. En febrero de 1936 sus expectativas se frustraron. El triunfo lo obtuvo la coalición del Frente Popular. La reacción fue pavloviana: había que derribar por la fuerza al nuevo Gobierno, sin ministros socialistas o comunistas, y apoyado por toda la izquierda.

De forma un tanto optimista, el nuevo cerebro de la futura sublevación, el general Emilio Mola, sucesor del general Manuel Goded, la previó para abril. Demasiado pronto. Había que contribuir a crear el adecuado clima de inestabilidad. Los pistoleros se aplicaron a ello aprovechando la impaciencia que la paralización de las reformas había generado. En cuatro meses se registraron mínimos de entre 262 víctimas mortales y algo más de 351, según Rafael Cruz y Eduardo González Calleja, respectivamente. Cifras importantes. Más aún si se desglosan por origen y adscripción político-ideológica. En las causadas por atentados y actuaciones de la fuerza pública, particularmente fuera de las grandes ciudades, predominaron las de izquierda (un mínimo de un 42%), indicio de por dónde iban los tiros. La competencia intersindical socialista-anarquista lubrificó la agitación social. Las huelgas fueron notables en Madrid y, desde aquí, su impacto se repercutió sobre el resto del país. Todavía hoy se le presenta en estado de anarquía.

Destrucción de los mitos franquistas

La investigación ha identificado, entre otros, los siguientes extremos:

1. La izquierda no recurrió al apoyo extranjero. Los conspiradores, sí. Tras las elecciones intensificaron sus conexiones con la Italia fascista. También promovieron la intoxicación del Gobierno británico. En el primer caso para conseguir el apoyo prometido e incluso más. En el segundo, para que aislase a su homólogo español.

2. La actitud de los malvados bolcheviques quedó demostrada en los mensajes de la Komintern a su microagencia de Madrid, que tutelaba al PCE. Antonio Elorza y Marta Bizcarrondo los sacaron a la luz hace más de diez años. Muchos fueron interceptados por los servicios de inteligencia británicos. Reflejan lo mismo: apoyo a la República burguesa, apoyo a los republicanos moderados y de izquierda, apoyo al Frente Popular. Moderación a todo trapo. Santos Juliá aclaró brillantemente el papel de los socialistas. El próximo libro de Julio Aróstegui sobre Largo Caballero rematará la tarea. No menos brillantemente.

3. Franco no desempeñó un papel de primera línea en la preparación de la sublevación. Lo hizo Mola desde Pamplona por cuenta de Sanjurjo, exiliado en Portugal. Franco ocupó un lugar secundario.

4. En contra de lo aducido en la mayor parte de la literatura, Franco decidió sumarse a la sublevación hacia mitad de junio. Necesitaba, eso sí, dejar su puesto de comandante general de Canarias con sede en Tenerife para, siguiendo las instrucciones de Mola, ponerse a la cabeza del ejército de Marruecos.

5. La trama civil le proporcionó el medio de salida: un avión que se fletó en Londres gracias al apoyo económico de Juan March. Franco sondeó a finales de junio o principios de julio a su compañero, el general Balmes, a la sazón subordinado suyo como comandante militar de Las Palmas. Todo hace pensar que Balmes no quiso secundarle.

6. El golpe no estalló ni el 17 ni el 18 de julio. Estalló, en realidad, el 16 cuando Balmes sufrió un accidente y el avión ya estaba en Gando. Franco empezó su ascenso hacia la cúspide con un asesinato. Balmes empero no murió en el acto y, naturalmente, reconoció a su asesino. Ingresado en la Casa de Socorro, pidió no un médico o un sacerdote sino un juez o un notario. Cabe imaginar la consternación de los conspiradores que le rodeaban. Entre ellos figuraba quien iba a ser el juez militar que se encargó de la instrucción del caso, un comandante llamado Pinto de la Rosa, ligado por lazos familiares con la esposa del general. A esta, ya le había dicho el marido que era un hombre "muy peligroso".

7. Durante el franquismo estuvo de moda presentar la muerte violenta, a manos de unos electrones libres de la Guardia Civil y de Asalto, del proto-mártir José Calvo Sotelo como evidencia del grado de depravación del Gobierno. El único crimen de Estado fue el inducido por Franco. Quienes no me crean, aduciendo que no he encontrado ninguna orden suya escrita, como si hubiera debido reflejarla en papel, deben saber que en la sentencia de un consejo de guerra en Canarias los sublevados reconocieron paladinamente que no todo se ponía por escrito. Lógico.

La sublevación fracasó como golpe de Estado. Se afirma que sus promotores no habían pensado en una guerra civil. Hay indicios que permiten intuir lo contrario. La reversión de las reformas republicanas bien lo merecía. En lo que nadie había pensado fue en que Franco pudiera encaramarse hacia la cúspide.

Un ascenso imparable

Naturalmente, Franco no lo hizo guiado por la mano de Dios. Resultó de un prosaico proceso determinado esencialmente por los siguientes factores:

1. Muerte en accidente de Sanjurjo en los primeros días de la sublevación. Esta quedó acéfala. Fue el factor esencial.

2. Llegada a manos de Franco de la ayuda militar italiana (prometida a los monárquicos, entre ellos Calvo Sotelo, y a los carlistas) así como de la más rápida -e inesperada- que le envió un personaje tan poco recomendable como Hitler.

3. Fracaso de su competidor, el general Goded, en Barcelona en condiciones que ha examinado pormenorizadamente la tesis todavía no publicada de Jacinto Merino Sánchez.

4. Rápida apreciación de que la sublevación había de desarrollarse bajo la bandera bicolor, una concesión a los ímprobos esfuerzos desplegados por los monárquicos durante la etapa conspiratorial. Franco, a diferencia de Mola, no debió nada a los carlistas.

5. Fulgurantes éxitos militares en Andalucía y Extremadura, impulsados por la "columna de la muerte" (caracterización de Francisco Espinosa en una impactante monografía) frente a masas desorganizadas de campesinos y milicianos sin la menor experiencia de combate y prácticamente desarmados. Mola, en cambio, fracasó en tomar Madrid. No por azar Franco le dosificó cuidadosamente los vitales suministros exteriores.

6. Apreciación exacta de que sus conmilitones no podían prescindir de él. En septiembre ya hablaba con diplomáticos italianos autodefiniéndose como jefe de un futuro Gobierno que sería proclive, ¡cómo no!, a la Italia fascista. Ya lo habían prometido monárquicos, militares y carlistas. El general Alfredo Kindelán, monárquico, le puso en el camino del mando único.

Mientras tanto la "no intervención" hacía estragos contra la República. El mismo mes Azaña llegó a considerar que se había perdido la partida. Igual valoración hicieron los servicios secretos militares soviético y británico. Lógico. La actitud de la única gran potencia que hubiera podido torcer algo la evolución quedó reflejada en un informe de la inteligencia militar británica (MI-3). En él se presentó la lucha en España bajo la eufónica y significativa fórmula de rebels versus rabble (rebeldes contra chusma). Esta última, por supuesto, despreciable.

La Guerra Civil, básicamente de columnas dirigidas por militares profesionales y alimentadas en el caso de Franco desde el inagotable vivero de feroces tropas marroquíes trasladadas en aviones italianos y alemanes, hubiera debido terminar hacia octubre de 1936. Quizá un poco más tarde. En Londres, por si las moscas, ya se preparaba el reconocimiento de los derechos de beligerancia de los sublevados tan pronto como tomaran Madrid.

La capital no cayó. Con dos meses de retraso frente a las decisiones de Hitler y de Mussolini, Stalin puso en marcha el poderoso rodillo soviético. Temporalmente al menos, salvó a la República. Los republicanos no ignoraron lo que ello significaba y redoblaron su aproximación a las democracias. Vano intento. Fue entonces cuando la contienda se convirtió en, ya sí, una auténtica guerra civil. En las cunetas quedaron millares y millares de víctimas, asesinadas en caliente por los defensores de valores conexos con "una concepción de España católica y libre de los ataques de la revolución comunista" (según uno de los autores del reciente Diccionario Biográfico Español).

¿Y la revolución? No hubiera habido la menor posibilidad de que se produjera antes del golpe. La desataron el semifracaso de este y el colapso de los mecanismos coercitivos gubernamentales. Para muchos observadores extranjeros sus víctimas demostraron, sin embargo, la aparente exactitud de las profecías previas.

La responsabilidad por la guerra recae sobre quienes desencadenaron la sublevación. Claro que, probablemente, hubieran deseado que sus víctimas se hubieran dejado matar sin resistencia. Donde no la encontraron, mataron sin pensárselo dos veces. Todo para salvar a España.

(Agradezco a Julia Balmes Alonso-Villaverde y a sus hijas, Pilar y Julia, así como a mi colega de Facultad, la profesora Rosa Faes, sus informaciones y las fotos para este artículo).

Ángel Viñas, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, prepara una edición ampliada de La conspiración del general Franco.

martes, 3 de agosto de 2021

LA OCUPACIÓN MILITAR DE CANTILLANA Y TOCINA EL 30 DE JULIO DE 1936

HACE 85 AÑOS: IMPLANTANDO EL TERROR FASCISTA (II)

LA OCUPACIÓN MILITAR DE CANTILLANA Y TOCINA EL 30 DE JULIO DE 1936

La represión militar-fascista, comenzada en los otros pueblos de la Vega Media del Guadalquivir los día 26 y 27, continuará con las ocupaciones extremadamente violentas del día 30 de julio de 1936.

El 30 de julio de 1936 la columna militar de José Gutiérrez Pérez salió de Sevilla en dirección a Cantillana y Tocina. Estaba formada formadas por unidades militares, en la que no faltaban los legionarios, y fuerzas de orden público, acompañados de voluntarios (falangistas, requetés y otros), y con camiones, ametralladoras, fusiles, tanqueta, cañón del siete y medio y ambulancia. Además, junto a esta columna iba la Harka Berenguer, unidades irregulares formadas por mercenarios marroquíes. En definitiva, un ejército bien pertrechado y dispuesto a hacer frente a todo lo que le pusiera por delante. Ya no había vuelta atrás, después de dos días tensa calma. Nadie podía imaginar lo que iba a suceder. El peligro fascista, surgido de la alianza entre militares y terratenientes, estaba cada vez más cerca y ninguna preparación defensiva valdría para nada.

Cuando los militares sublevados divisaron Cantillana, instalaron un cañón del siete y medio en El Cortijillo, desde donde tenían una panorámica perfecta de todo el pueblo, e hicieron tres disparos: uno de ellos dio en la puerta de la Ermita de la Soledad, haciendo huir a los cazadores, que vigilaban aquella zona y a muchos vecinos más; otro, cayó al inicio de la calle Convento, y un tercero, pasó de largo y llegó cerca del Barquete, lugar por donde se cruzaba el Guadalquivir para ir a Tocina o Carmona. Después, continuaron avanzando por la actual carretera A-436 y, una vez cruzado el río Viar por el antiguo camino, que aprove-chaba el vado natural allí existente, para eludir pasar por el puente, pues temían que pudieran volarlo, el avance hacia Cantillana era imparable. Algunos trabajadores cantillaneros, siguiendo instrucciones del Comité Local, se apostaron en los lugares que ellos creían mejores para hacer frente a las tropas ocupantes. Su material bélico era escaso: unas escopetas, algunas pistolas y poco más. A pesar de los cual, parece ser que se atrevieron a usar sus armas, hiriendo a algún soldado, pero, al ver que éstos avanzaban y ellos nada podían hacer, desistieron del propósito de hacerles frente. Se produjo una huida masiva, que ya había empezado con el primer cañonazo disparado por las fuerzas fascistas. Algunos volverían de noche y otros llegarían hasta Madrid para enrolarse en las milicias que defendían la capital. El único falangista detenido aprovechó la huida de quien lo vigilaba para salir y unirse a sus compañeros de armas.


A partir de ese momento, Cantillana sería violentamente ocupada manu militari el jueves 30 de julio por las heterogéneas fuerzas fascistas dirigidas por José Gutiérrez Pérez, que llevaba como segundo al comandante de ingenieros Gonzalo Briones Medina, muy querido por la élite del pueblo. Llegaron a mediodía por la calle Esperanza (actual Avda. Andalucía), donde habían hecho explosión algunas minas colocadas para impedir su paso, y entraron en el pueblo, disparando a diestro y siniestro y provocando los primeros heridos y muertos: hirieron a dos vecinos, José Martínez García, de 21 años de edad, que morirá antes de que la ambulancia llegara a Los Pajares, camino de Sevilla, y Manuel Rodríguez Machuca, de 22 años, al que habían dado un tiro en la cara, y mataron, algo más adelante, a Juan González Espinosa, de 12 años, y Rafael Romero Monge, de 20 años de edad. “Las fuerzas que vienen a pacificar España, evitando la anarquía que venía existiendo”, no quedaron contentas que esas muertes, por ello en plena calle Real un legionario mata a Jesús Castillo Guerrero y en la Cuesta Maero otros militares al médico Diego Sarmiento Infante, cuando éste se negó a vitorear a España y contesto con un Viva la República. Fueron las primeras cinco víctimas de las fuerzas ocupantes, pero no las ultimas. Horas después, efectuaron los primeros asesinatos (no menos de nueve) en aplicación del Bando de Guerra (BG), dictado por Queipo de Llano. Al cuartel, que estaba junto a la Ermita de la Misericordia, llevaron a los muchos detenidos en las calles cantillaneras, y escogieron a un grupo de hombres que fueron asesinados en el Barranco, al final de la callejuela que sale de la Plazoleta del Caño en ese sentido. En el grupo estaban: Antonio Pablo Gil, Miguel y Santos Blanco Escobar, Tomás Macías García, Manuel y Nicolás Uceta Alonso, que opusieron, junto con otros, resistencia a las tropas de Gutiérrez Pérez desde la torre de la iglesia, y Rafael Boleco. Los vecinos de la Plaza del Caño vieron, poco después, pasar los cuerpos de los asesinados en el Barranco transportados, sin ningún decoro ni dignidad, en unas escaleras, que hacían las veces de camilla, para subirlos a un camión estacionado en la calle Pastora Solís y sr llevados al cementerio y enterrados en la fosa abierta por detrás de la última fila de nichos del cementerio viejo. Los demás detenidos, unos doscientos, fueron encerrados en diversos locales: la cárcel del pueblo, la sede de la CNT, en la Plazoleta del Reloj, y el local de la Administración de Consumo, en la actual calle Egido. Desde ahí irían sacando a hombres y mujeres camino de las tapias de algunos cementerios de Sevilla y su provincia.

El terror fascista, implantado a sangre y fuego, se había ya apoderado de todos los vecinos y los que pudieron habían huido. Así es que, tras la “pacificación”, por llamamiento patriótico del Jefe de las fuerzas... y revestidos del mejor entusiasmoconstituyeron la Comisión Gestora municipal: Juan Arias Rivas, volverá a ser el alcalde-presidente, y Manuel Camacho Peral, Francisco Durán Pérez, Francisco Naranjo Solís, José Naranjo Díaz, Manuel Zayas Solís, Antonio Barrera Sanz, Ramón Farfán Rivas, Francisco Sarmiento Espinosa y José Naranjo León, los nuevos gestores. La vieja élite del pueblo volvía a las instituciones locales tras el paréntesis republicano. El 5 de agosto (primera “saca”), José Pueyo Solís, Alcalde socialista de Cantillana durante la República, acompañado de su hermano Manuel y otros cinco trabajadores y una mujer, fueron asesinados (ejecutados sin juicio previo) en las tapias del cementerio de Sevilla e inhumados en la fosa Pico Reja. Después, en sacas posteriores, asesinarían a muchos más vecinos.

Terminada la ocupación de Cantillana, la columna de José Gutiérrez Pérez continuó camino hacia Tocina, atravesando el Guadalquivir por la Barqueta.

Antes de la llegada de la columna militar, encontraron la muerte tres falangistas armados (Manuel Martínez, Baldomero García y Manuel Hoyos), que llegaron en coche desde Sevilla, creyendo que Tocina ya estaba ocupada. Entraron en Tocina, queriéndose saltar todos los controles puestos por el Comité Local. Fueron detenidos y fusilados. En ese momento comenzó ya la huida de muchos tocineros.

Tocina, al igual que Cantillana, fue ocupada con extrema violenta, pero con más muertos en las calles. Unos cañonazos anunciaron, hacía las cinco de la tarde, la llegada de los militares sublevados y sus múltiples acompañantes. Una vez en las calles del pueblo, asesinaron a los que encontraban a su paso como si fuesen animales. De esta forma, mataron a un joven de 17 años y a Manuel González, Luis Salinas, Manuel Jaramago, Antonio Páez, Antonio Fernández, José Rodríguez y otros muchos más. Buscaron a Manuel Tellado, dirigente del PCE, pero al no encontrarlo asesinaron a su hermano Luis, de 21 años, y a su padre. Llegaron al Ayuntamiento, donde encontraron sin novedad los 35 detenidos por el Comité Local, y se dirigieron al cuartel de la Guardia Civil, del que salieron tres guardias y un cabo, pues dos guardias y el sargento habían muerto en el intento de fuga del pueblo que protagonizaron el 20 de julio y el posterior repliegue en el cuartel, donde estuvieron vigilados por trabajadores armados durante diez días. También, en estos incidentes, murieron tres tocineros. Por último, destacar que entre los muchos detenidos, eligieron, con el asesoramiento de derechistas locales, a unas treinta personas, que fueron puestas delante de una metralleta y asesinadas en el paso de nivel, cerca de la estación de FFCC, sin piedad. Fue un acto cruel, inhumano y espeluznante.

 

Nada pudieron para hacer frente a la violencia desplegada por las tropas fascistas, que –con la población aterrorizada– controlaron la localidad a últimas horas de la tarde y procedieron a la constitución de la Comisión Gestora en el Ayuntamiento. Fue presidido por “el Señor Comandante de la Columna de Operaciones D. José Gutiérrez Pérez en representación del Exmo. Señor General Jefe de la 2ª División D. Gonzalo Queipo de Llano...”, que “les hizo presente la difícil situación por que atraviesa nuestra querida España”. Fue nombrado alcalde-presidente Francisco López Toro y como gestores: Andrés Gavira Rodríguez, Antonio García Capilla, José Ramos Guitar, José Márquez Pérez, Antonio Olís Bocanegra, Gumersindo Márquez Martínez de la Peña, Fernando Gutiérrez López, Francisco Ramírez Jiménez, Manuel Neyra Gallego y Nazario de Torres Gutiérrez. En enero de 1937 Andrés Gavira Rodríguez, sustituyó a Francisco López Toro. Manuel Naranjo Alonso, Alcalde republicano de Tocina, que dimitió el 25 de mayo, fue asesinado el 7 de octubre de 1936, junto a José Carrasco Rodríguez concejal, en La Rinconada; Manuel Romero Martín, el comunista, que le sustituyó de mayo a julio, sufrió prisión tras la guerra, siendo conde-nado a cadena perpetúa y aunque obtuvo la libertad condicional en 1946, no pudo volver a Tocina, porque fue desterrado a San Jerónimo (Sevilla).

El 1 de agosto de 1936 hubo un intento desde Villanueva del Río y Minas de retomar Tocina por parte de la columna Cañete, formada por el Alcalde republicano de Peñaflor y obreros de la Mina y jornaleros de la comarca, que fracasó tras una enconada lucha y la muerte de tres personas.

La represión militar-fascista, como parte de la limpieza política de clase iniciada el 18 de julio, continuaría en Tocina y en Cantillana en los días siguientes (y meses y años después), tal como ocurrió en todos los pueblos de la provincia, militarmente ocupados y sometidos al poder militar. De hecho, 145 hombres y mujeres, incluyendo los asesinados el día de la ocupación militar de cada pueblo, fueron víctimas mortales por aplicación del Bando de Guerra: 67 de Cantillana, de los cuales 22 en están en lugares desconocidos y 45 en las fosas comunes de Cantillana, Sevilla (Pico Reja, Monumentos y otras), Alcalá del Río, Brenes, Tocina y Cabezas de S. Juan, y 78 de Tocina, de los cuales 45 están en lugares desconocidos y 33 en las fosas comunes de Tocina, Sevilla (Pico Reja), La Rinconada, Alanís, Villanueva del Río y Minas y Sanlúcar la Mayor. La mayoría eran obreros del campo, al igual que los 133 que después de la guerra estuvieron en prisión: 65 cantillaneros (4 muertos en prisión) y 78 tocineros (2 muertos en prisión y 1 ejecutado). Además, defendiendo la República murieron: 7 hombres de Cantillana y 2 de Tocina, y fueron dados como desaparecidos: 4 cantillaneros y 7 tocineros.

Ramón Barragán Reina

31 de julio de 2021

Bibliografía

BARRAGÁN REINA, R. Cantillana II República. La esperanza rota. Ed. Muñoz Moya, Brenes (Sevilla). 2006.

De la clandestinidad a la libertad conquistada. Antifranquismo y lucha obrera en la Vega Media del Guadalquivir, 1939-1976. Ed. Circulo Roja, 2104.

Impacto y consecuencias de la ocupación militar de los pueblos de la Vega Media del Guadalquivir en julio de 1936, en: Tocina Estudios Locales, nº. 9, 2020, pp. 497-522.

GARCÍA MÁRQUEZ, J. M., Las Víctimas de la represión militar en la provincia de Sevilla (1936-1963), Aconcagua, 2012.

— Semblanza de una historia inconclusa: Tocina, 1936, en Tocina Estudios Locales, n.º 3. 2014, pp. 95-126.

Archivos:

Archivo Municipal de Cantillana (AMC): AMC, legajo 14, borrador de acta de la reunión de la Comisión Gestora del día 22 de agosto de 1936. Las frases entrecomilladas y en cursiva del texto pertenecen al borrador de acta del 30 de julio de 1936.

Archivo Municipal Tocina (AMT), libro 7: Actas capitulares. Las frases entrecomilladas y en cursiva del texto del acta del 30 de julio de 1936.

Archivo Histórico Nacional (AHN): Causa General, Caja 1040-1.