sábado, 21 de noviembre de 2020

MENTIRAS Y ENGAÑOS DE LOS FASCISTAS EN CANTILLANA (I): 70 AÑOS VIVIENDO EN LA MENTIRA

 

70 AÑOS VIVIENDO EN LA MENTIRA

Francisco Merino Campos fue ejecutado extrajudicialmente, es decir, asesinado por aplicación de Bando de Guerra en 1936, aunque aún no se sepa cuando, ni donde. A esa conclusión llegué al ver su nombre señalado con una cruz en el Apéndice al Padrón de Habitantes, en la lista de difuntos del año 1936 1, tal como alguién (no identificado, pero buen conocedor de lo que había ocurrido) hizo junto a los nombres de otros cantillaneros que también fueron asesinados en dicho año.

    El día que encontré en el Archivo Municipal de Cantillana el citado apéndice de habitantes, se acabaron las dudas y los sufrimientos añadidos para su familia durante 70 años, especialmente para su hija, aunque no exista acta de defunción en ningún Registro Civil, al igual que otros muchos, que mataron en aquellos trágicos días, y nadie pudo registrarlos en el Juzgado correspondiente.

    Al ser ocupada Cantillana el 30 de julio de 1936 por la columna de la muerte del comandante Gutiérrez Pérez, nadie presagiaba lo que le podía ocurrir a Paco Merino y a otros 70 vecinos, la mayoría trabajadores del campo, a partir de ese momento. El recelo con el que era mirado por los derechistas y falangistas del pueblo lo situaba como candidato a ser una de las personas a eliminar. Su bar, al inicio de la de la calle Real, era visitado asiduamente por muchos vecinos de izquierda. De hecho, un grupo que estaba ese día en el bar, salió a toda prisa, cuando llegó la noticia de la proximidad de los militares, Uno de ellos, Jesús Castillo Guerrero (Becerra), que no pudo esconderse en una panadería cercana, no se salvó: dos balas asesinas terminaron con su vida. Salieron del fusil de un legionario que les dio el alto que no respetaron: apuntó y lo mató de dos tiros, según testigos presenciales. Su cadáver fue ocultado a su madre, que lo buscó el resto de sus días y no lo encontró. Perdió la cabeza, y murió consumida, muy delgada, según sus familiares. A Jesús lo había enterrado en la fosa abierta en el cementerio de Cantillana.

    En aquellos mismos momentos, su hermano Antonio huía de Cantillana, como otros muchos cantillaneros. Llegó hasta Las Cabezas de San Juan, refugiándose en la sacristía de la Iglesia Parroquial, mientras el cura, primo hermano suyo, le arreglaba los papeles para irse al extranjero por Cádiz. No se salvó, pues hasta allí llegó la mano negra de la muerte. “Lo mataron dándole balazos en todas las extremidades, haciéndolo sufrir, hasta que murió”, me dijeron sus familiares cuando los entrevisté. Fue un cruel asesinato, precedido de una inhumana tortura. Es muy posible que ambos pertenecieran al PSOE o a IR (Izquierda Republicana, el partido fundado por Diego Martínez Barrios), o, al menos, serían simpatizantes declarados.2

    El asesinato de su hermano en Las Cabezas fue determinante, pues lo puso fuera de sí, llegando a tal punto que fue detenido y asesinado, sin que nadie se enterara, para quitarlo de en medio y que así dejara de denunciar el hecho. Su padre lo buscó entre los asesinados de Sevilla, en Alcalá del Río y otros pueblos, sacados de madrugada de Cantillana, pero no lo encontró. A partir de su asesinato, comenzaron las mentiras, urdidas una sobre otra por los responsables de su muerte, para crear una gran mentira que pudiera perdurar en el tiempo: en ella vivió su familia durante 70 años. Al principio, dijeron que huyó y que estuvo ocultándose y no volvió al pueblo por temor. También, que podría estar en la sierra, con los maquis, o que estaba en Valencia, pasando por otras localidades, pues hasta de Lebrija hablaron, y que volvió a Cantillana disfrazado de mendigo y cuando fue descubierto, desapareció y volvió a aquella ciudad. Para otros, ese mendigo fue arrollado por el tren y la familia de Paco Merino pagó el entierro, y así hasta el infinito. Su hija Dolores cuenta una dura historia con la que ha vivido toda su vida: a su padre no lo mataron, sino que permitieron que se fuera, simulando que su muerte. Iba suelto, cuando a los demás los llevaban atados... Ella se ha hecho las mismas preguntas durante toda su vida: ¿Cómo no dio señales de vida? ¿Cómo dejó abandonadas a su mujer y su hija, que ni siquiera llegó a conocerlo, pues había nacido el año anterior a su desaparición? ¿Por qué no volvía? y otras muchas...

    La última mentira, clavada en su corazón, fue la insinuación de que su padre vivía en Valencia y que se había juntado con otra mujer… De su presunta estancia en Valencia se llegaba a mencionar la tienda que frecuentaba y que al creer que había sido descubierto, ya no volvió más por ella.

    Ademas, de la investigación realizada que me llevó a encontrar en el Archivo de Cantillana su nombre junto a otros cantillaneros muertos en 1936 y señalados con una cruz, como marca de que había sido ejecutado, el Registro Civil de Valencia, al que escribí, me remitió certificación de la no existencia de ningún registro por defunción a nombre de Francisco Merino Campos.

    Hoy se puede afirmar que Paco no abandonó a nadie, no huyó, ni estuvo de aquí para allá, como han querido hacer creer a todos de forma intencionada, para ocultar la única verdad: fue asesinado y, como su muerte era más difícil de justificar, pusieron en circulación diversas historias para confundir y eludir las responsabilidades de los fascistas cantillaneros, sin importarle el dolor que han provocado en su familia, muy especialmente en su hija Dolores. Aquel día de 2005 que le llevé fotocopia de la hoja de Apéndice donde aparecía el nombre de su padre, se liberó del peso de las mentiras para siempre y comprendió lo que habían hecho algunos vecinos que se presentaban como “salvadores de la patria”.

    Francisco Merino Campos había nacido en el año 1908, era tabernero, estaba casado con María Pueyo Villarreal (Cantillana, 1911) y vivían en la calle San Bartolomé, núm. 26. Le incautaron sus bienes y su bar de la calle Real se convirtió en la sede de Falange.

    Antonio Merino Campos había nacido en 1904, tendría 32 años de edad, estaba soltero, era comerciante, tenía una tienda y un camión, vivía en calle Real, núm. 85. De nada le valió su participación en la defensa de los santos de San Bartolomé, cuando esta ermita fue transformada en economato popular, después de la sublevación militar del 18 de julio. La “nuevas” autoridades le incautaron el camión y sus negocios.

(El texto ha sido escrito partiendo de la investigación realizada entre 2004 y 2006 para escribir el libro CANTILLANA II REPÚBLICA. LA ESPERANZA ROTA en 2006 por la Ed. Muñoz Moya. Brenes-Sevilla. Todo lo relativo a Francisco Merino Campos y a su hermano Antonio se encuentra en la página 144).

1. Apéndice al Padrón de Habitantes, Rectificaciones de ese año, en Archivo Municipal de Cantillana, legajo 48.

2. Otros taberneros cantillaneros eran socialistas y algunos comerciantes, pequeños agricultores y de otros oficios eran, en aquellas fechas, republicanos.