En Cantillana, un grupo de jóvenes de las JJCC, con la colaboración de Paco Gumersinda y Bernardo Muñoz, militantes mayores del PCE, organizaron una manifestación de trabajadores que llegó desde el Llano hasta la puerta del Alcalde. El motivo fue el rumor de que no había dinero para las obras que el Ayuntamiento tenía que realizar para paliar el paro. Paco Gumersinda era en aquellos momentos concejal del Ayuntamiento y miembro de la Sección Social del “Sindicato”, informó a los trabajadores y se dirigieron hacia la casa del Alcalde y al Ayuntamiento, que estaban en la misma calle. El Alcalde, Jesús Pé-rez Pueyo, les manifestó que no había dinero, pero al ver tanta gente, aceptó que siguieran trabajando.
El 30 de abril de 1968, en Brenes, 200 jóvenes se manifestaron desde Cuatro Caminos, que fue el punto de concentración, por varias calles del pueblo, con el objetivo de llegar hasta el Ayuntamiento y entrevistarse con el Alcalde. Los motivos fueron la falta de centros educativos suficientes para todos y centros recreativos para los jóvenes. Antes de llegar al Ayuntamiento fueron disueltos por la Guardia Civil y los guardias municipales. que estaban haciendo en el Llano en 1968 La calle Buenavista (Capitán Briones) se llenó de obreros y algunos llegaban hasta la puerta del Ayuntamiento, según recuerdan los que participaron en esta acción.
En septiembre de 1968, en el municipio de La Rinconada y en San José, se producirán acciones y los sucesos represivos de profunda significación y repercusión en toda la comarca y la provincia. La Comisión Obrera Agrícola de Rinconada, que ya tenía cierta experiencia en llevar a cabo acciones en el campo, además de presentar la plataforma reivindicativa en la Sección Social de la Hermandad y convertirla en proyecto de Convenio Colectivo, realizó una serie de asambleas para darlo a conocer a los trabajadores y preparar la negociación del Convenio. Estas asambleas tuvieron que hacerlas fuera de los locales de la Hermandad, “el Sindicato”, pues negaban a los trabajadores el derecho a reunirse en los locales sindicales. La primera asamblea, celebrada el 6 de septiembre, la realizaron en la Vereda de los Solares, a la luz pública, tal como era la práctica de CC.OO.. Asistieron unas 300 o 400 personas (hombres, mujeres y niños, pues ellos “también trabajaban en las duras faenas agrícolas”). Acordaron “pedir 250 ptas. de salario mínimo”, puesto que en la pro-puesta del año anterior se había quedado en 150 ptas. para los eventuales (la mayoría de los obreros agrícolas) y 5 ptas. por kilo de algodón recogido. “La asamblea transcurrió en un ambiente emotivo y caluroso, de pleno éxito; se aplaudió a los que hablaban y se extendió por todas las chozas la determinación de defender el salario mínimo acordado para las las reco-lecciones de algodón y aceituna”. No obstante, aquella misma noche la Guardia Civil citó a algunos trabajadores para interrogarlos y amenazarlos, durante dos horas antes de dejar-los volver a sus casas.
El día 7, a pesar de las advertencias represoras, celebraron asambleas en la Estación de la Barriada de San José y en el centro del pueblo de La Rinconada, a las que asistieron más de 150 trabajadores, sumándose a ellos los que iban pasando cerca del lugar. En ellas, no hubo “interferencias” de los guardias civiles, y se ratificaron los acuerdos del día an-terior.
El lunes, día 9, para continuar el proceso de información a los trabajadores del municipio y de otros lugares, decidieron reunirse en la puerta del “Sindicato”, en La Rinconada. Cuando apenas había 25 o 30 trabajadores hicieron su aparición los guardias civiles, me-tralleta en mano, disparando al aire. Los pusieron contra la pared como si fueran delincuentes y detuvieron a cuatro trabajadores: José García Mallén (vocal de la Sección Social de la Hermandad), Juan Cortés Muñoz (Juanillo el de la Patro), José Vega Carrero (Pepillo el Feo), y Andrés Serrano Agudo, calificados de agitadores comunistas por (ABC Sevilla, 11/09/1968, pp. 43-44). Los demás se dispersaron dando cuenta de lo ocu-rrido a otros vecinos y trabajadores, mientras los detenidos eran trasladados al Cuartel de la G. Civil, a las afueras de San José.
Ante los hechos, el Comité Local del PCE decidió convocar una concentración-asamblea a las diez de la noche en la esquina de la calle San José con calle Toledo para informar y marchar en manifestación hacia el cuartel con un solo objetivo: conseguir la libertad de los detenidos. Toda la militancia comunista, especialmente los jóvenes, se pusieron manos a la obra y de los tres núcleos organizativos (la Vereda, La Rinconada y San José) acudieron militantes y simpatizantes a la cita, realizándose de tal forma que ni las autoridades locales, ni las fuerzas del orden se enteraron de nada... Muchos entraron y salieron del cine, que tuvo aquella noche una afluencia mucho mayor que otras, para no levantar sospechas y tener una coartada en caso de detenciones. Los jóvenes comunistas de La Rinconada recorrieron a pie los tres kilómetros y medio que separa a las dos localidades del municipio para unirse a la manifestación.
Desde el lugar de la concentración, entre las once y las doce de la noche, iniciaron la marcha más de 200 personas (hombres, mujeres y niños) hacia el cuartel en manifestación pacífica y silenciosa. “En el silencio de la noche se oía el rastrear de los centenares de zapatos de personas las caras llenas de indignación”. A ellos se unió Rosario Zambrana Guerrero, mujer de José García Mallén, que volvía del Cuartel con su hija menor. Había intentado ver a su marido, pero habían sido recibidas con malos modos y tratadas de forma inco-rrecta. No había podido hacer nada.
Los manifestantes al llegar cerca del cuartel prorrumpieron gritos de “¡Libertad! ¡Libertad para los detenidos!” La Guardia Civil, bastante nerviosa, ante la petición de los manifestantes, se negó a dejarlos en libertad. El dialogo no era posible. Todos permanecieron en su sitio, frente al cuartel, pero los fusiles hicieron su aparición en la oscuridad de la noche. Salieron de la Casa-Cuartel el Comandante de Puesto y tres guardia civiles con sus correspondiente armamento, y se dirigieron a los manifestantes conminándoles a disolver la manifestación y a que se fueran de allí. No se movieron. Se produjeron unos disparos intimidatorios al aire. Nadie se movió. Entonces, el sargento, que era el Coman-dante de Puesto, avanzó sobre los manifestantes, acercando excesivamente su arma a la pierna de José Anaya Ramírez, que se encontraba en primera fila, disparó y la bala atra-vesó la rodilla izquierda (dijeron que había sido una bala rebotada). Otra bala (perdida, como siempre) hirió en un brazo a Antonio Espinar Álvarez. José Anaya, tras forcejeo de los manifestantes con los guardias civiles, fue recogido, según su testimonio, por dos compañeros, Lázaro Fernández Rodríguez, sin saber que sus hermanos Rafael y Manuel habían sido detenidos, y Miguel Gómez Orellana, los cuales volvieron con él al Barrio y junto al Bar la Ferroviaria, frente a la Cañamera, lo subieron al taxi de José Ardoy Guerra, que lo llevó al Hospital de las Cinco Llagas, aunque después lo trasladaron a la Resi-dencia García Morato. Cuando recobró el conocimiento, después de ser operado, tenía dos policías de escolta. Antonio Espinar fue curado posteriormente, de forma clandestina y durante algunos días, por Antonio Rodríguez Jiménez, maestro del Grupo Escolar Mixto de San José de la Rinconada, que también ejercía de practicante, por razones humanita-rias.
Frente al Cuartel la temperatura subió unos grados: “La cólera de los trabajadores estalló ante la monstruosidad de los guardias. Querían lincharlos y les gritaron cientos de veces ¡Asesinos!, ¡Criminales!” Calmados los ánimos, gracias a la intervención de algunos compañeros, los manifestantes “volvieron al pueblo en medio de una gran expectación, al oír los tiros y gritos. Era la una de la madrugada.” Al pasar delante de la Cañamera (Montecarlo), sede social de los agricultores, estos cerraron las puertas y los manifestantes “la rodearon, gritándoles y tirando sillas y piedras”. No dejaron de corear una y otra vez: ¡Libertad para los dete-nidos! Se dirigieron a la casa del maestro José Pascual Domínguez, Teniente Alcalde, para exigirle que intercediera en favor de los detenidos. Mientras una comisión hablaba con él, apareció la Guardia Civil, reforzada con varios coches llegados desde Sevilla. Se oyeron tiros y la desbandada fue general. Los guardias civiles lograron detener a diez hombres, que fueron llevados a las dependencias policiales en Sevilla y posteriormente a la cárcel provincial, a La Ranilla. Los diez detenidos en la Carretera Bética y calles cercanas fueron: Carmelo Acuña Mendía, Avelino Bernal Hacha, José Chica Hernández, Miguel Espinar Álvarez, Manuel y Rafael Fernández Rodríguez (Pataleto), Antonio Rodríguez Fernández (Trigo), Juan Martín Albarrán (Juanillo Cervezas), Adrián Maya Maya y Gre-gorio Rica Castro. Se dio la circunstancia que Juanillo Martín no había estado en la mani-festación, llegaba de Alcalá del Río de ver a su novia, y no pertenecía al PCE, al igual que Manuel Fernández y Gregorio Rica.
Aquella misma noche, después de la manifestación, llegaron al cuartel policías de la BPS para interrogarles. Fueron trasladados al Cuartel de la G. Civil de la calle Oriente (la Calzada). Estuvieron en un cuarto pequeño, que sólo tenía un ventanuco y le dieron un bocadillo a las cinco de la tarde. Los fotografiaron, con su correspondiente número, como a cualquier delincuente. Estuvieron unas doce horas, siendo enviados a la Prisión Provincial, donde los encerraron en celdas individuales. En total, 24 días en la cárcel, y salieron sin cargos. Un día llegó el Director de la Prisión y les dijo que estaban en libertad sin más, a pesar de que habían hecho el correspondiente atestado dentro de la jurisdicción militar, porque había habido disparos. También fueron puestos en libertad sin cargos todos los demás (los que fueron detenidos tras la manifestación), excepto Manuel Fernández Ro-dríguez que estuvo un día más y fue procesado ante el temor de éste denunciara a la Guardia Civil por malos tratos: en los interrogatorios, tras ser detenido, a las esposas, que le pusieron, le aplicaron electricidad, por lo que se le ennegrecieron sus manos. Los torturadores se asustaron y llamaron a un médico. Su juicio, al que me referiré más adelante, se celebró un año después, Con él fue juzgado Florindo García Castillo, que estuvo en la manifestación, pero se marchó a Dos Hermanas. Cuando volvió, a los dos meses, fue llamado a declarar, siendo entonces procesado.
Al día siguiente, 10 de septiembre, Rosario Zambrana vuelve al Cuartel, acompañada de su hija mayor y de otras mujeres. Entre ellas, Carmen Fernández Rodríguez, mujer de José Vega, Pepillo el Feo, y hermana de Manuel y Rafael Fernández (Pataleto) también detenidos. Los guardias civiles le echan a Rosario la culpa de lo que había pasado el día anterior, acusándola de haber incitado a que otras personas se manifestaran. Ella les contestó: “Yo no llamé a nadie. No creo que lo pudiese hacer por telepatía...” Los detenidos ya no estaban en el Cuartel. “¿Papa no se viene? Esos hombres malos no le dejan venirse con nosotras”. “Si, hija, el no puede venirse, se lo han llevado”, le contestó Rosario. Los guardias se echaron a reír. También fueron al Ayuntamiento, pero no consiguieron nada. Mientras, los responsables locales del PCE, entre ellos Pedro Palomino Cava y An-tonio Iglesias Rodríguez, hacían las gestiones pertinentes, con abogados, para saber dónde estaban y preparar la defensa de los detenidos.
A la acción pacífica de los trabajadores (elaboración de plataforma reivindicativa, asambleas y manifestación, en respuesta a la interferencia de la guardia civil), siguió la reac-ción violenta y represiva de las “fuerzas del orden”. Un problema laboral es convertido en problema político y de orden público, y así es presentado por la prensa sevillana. ABC titulaba la noticia como “DETENCIÓN DE AGITADORES COMUNISTAS EN LA RINCO-NADA. Se manifestaron de forma tumultuosa y resultó, accidentalmente, un herido”, y El Correo de la Andalucía lo hacía así: “ORGANIZACIÓN COMUNISTA DESARTICULADA EN LA RINCONADA. Un grupos de 150 personas se manifestó exigiendo la libertad de los detenidos. La Guardia Civil hizo disparos al aire y un manifestante resultó levemente herido en una pierna” (ABC Sevilla, 11/09/1968, pp. 43-44; El Correo de Andalucía, 11/09/1968, pp. 10-11). Entonces, y durante mucho tiempo, la acción fue considerada como “Asalto al Cuartel de la Guar-dia Civil de La Rinconada”. Ni hubo asalto, ni tumulto, ni eran agitadores, ni la organi-zación comunista quedó desarticulada. Fue simplemente una manifestación de trabaja-dores (eso sí, organizada por el PCE) para pedir la libertad de otros trabajadores injusta-mente detenidos por reivindicar mejores condiciones de trabajo en el campo, que recibió, según Encarna Ruiz (2002), la solidaridad de trabajadores de empresas sevillanas y de la Comisión de Solidaridad del Metal de Madrid.
José Anaya estuvo quince días en el Hospital. Con fecha 14 de septiembre iniciaron su causa, la 111/68 y prestó declaración el día 17 del mismo mes en la Residencia García Morato, 2ª planta, habitación 204, y el Auto de Procesamiento es del mismo día. Fue acusado de resistencia a la fuerza pública (Art. 315 del Código de Justicia Militar) y decretaron su prisión preventiva. Ingresó en prisión sevillana, La Ranilla, el día 25 de septiem-bre, donde lo tuvieron solo, sin poder juntarse con los otros detenidos de San José. Después lo tuvieron en la enfermería, y por último, con los presos comunes. Estuvo en la cárcel hasta el 19 de noviembre, día en que comienza a “disfrutar” de la prisión atenuada (semejante en este caso a la libertad provisional) a la espera del Consejo de Guerra, que se celebró el 22 de febrero de 1969 en Sevilla. Todo el procedimiento judicial, especial-mente el informe del Fiscal y el texto definitivo de la sentencia, se basaba en el siguiente argumento: José Anaya Ramírez era uno de los más significados; estaba en primera fila y, junto a otros, se acercó demasiado a la fachada de la Casa-Cuartel, negándose a deponer su actitud, a pesar de las órdenes y advertencias del sargento de la Guardia Civil, Comandante de Puesto, D. Francisco Camacho Benítez. Para el Fiscal (escrito de 22 de noviembre), el sargento al ver que persistían en su actitud, “se vio precisado a hacer unos disparos con su metralleta dirigidos al suelo y cerca de la primera línea de los revoltosos, alcanzando el rebote de uno de aquellos al paisano José Anaya Ramírez”; pero para el Juez, según se lee en la sentencia, el Comandante de Puesto realizó “varios disparos al aire, que resultaron infructuosos, por lo que disparó a las piernas del procesado –único medio de vencer la rebeldía y la actitud hostil del procesado a acatar el mandato recibido para que disolviera la manifestación–, sufriendo éste lesiones de las que curó sin defecto ni deformidad”. Fue condenado a seis meses y un día, como autor de un “delito consumado de resistencia a obe-decer órdenes de la Fuerza Armada”. La sentencia fue firme el 8 de marzo, cuando recibió el visto bueno del Capitán General de la 2ª Región Militar. El tiempo en prisión preventiva y atenuada le fue tenido en cuanta para el cumplimiento de la pena, por lo que, efectuada la correspondiente liquidación el 22 de marzo, resultó que había cumplido la condena im-puesta con un exceso de 15 días.1
Todo fue una enorme injusticia padecida por José Anaya: fue herido, detenido durante dos meses y once días, sufrió un proceso judicial viciado y despreciable (cuando ya no eran frecuentes los Consejos de Guerra) y fue despedido de su trabajo en la Fabrica de Tabacos de San José. Además, sintió que ayuda no fue suficiente. De hecho, su padre le bus-có abogado defensor. Aquellos hechos marcaron su vida durante largo tiempo.
El taxista, José Ardoy, tuvo que ir, posteriormente, al Cuartel, siendo interrogado en varias ocasiones. Fue denunciado por alguien que comunicó a la Guardia Civil que lo había visto limpiando el interior del coche. Se dio, además, la circunstancia, en fechas posteriores a la manifestación, que nadie preguntaba nada a nadie por temor a tener que visitar el Cuartel de la Guardia Civil. Muchos vecinos de San José y de La Rinconada (participantes o no) fueron llamados e interrogados por los guardias civiles, incluidos algunos de los detenidos que ya estaban en libertad. Estos interrogatorios se siguieron efectuando hasta dos meses después de los hechos.
En 29 de septiembre de 1969 el Tribunal de Orden Público (TOP), en Madrid, juzgó (Causa 728/1968) a Manuel Fernández Rodríguez, de 23 años, natural de Alanís de la Sierra, peón, y a Florindo García Castillo, de 24 años, natural de Santiponce, albañil. Ambos vecinos de San José de la Rinconada y acusados del delito de manifestación ilegal. La sentencia nº 237/1969 del TOP absolvió a Manuel Fernández, sin que en ningún momento aludiesen a las torturas padecidas. Su abogado defensor fue Alfonso de Cossio y Corral y Rafael Gómez León actuó de testigo.2 Florindo García, que desde el principio había admitido su participación en la manifestación del 9 de septiembre de 1968, fue condenado, en la misma sentencia, a tres meses de arresto mayor. Estuvo una semana de diciembre en la cárcel de La Rinconada y los primeros tres meses de 1970 en La Ranilla. Un mes después volvería a ser detenido, procesado y encarcelado, como ya ha sido expuesto.
La organización comunista del pueblo, de La Rinconada, se resintió a raíz de los sucesos de septiembre de 1968. Muchos jóvenes, que pertenecían a las Juventudes Comunistas, dejaron de asistir a las reuniones. Si dicha organización había llegado a tener unos 40 miembros, después de la manifestación era difícil reunir a diez o doce, según testimonio de Antonio Castillo Guijo y de Manuel Ávila. También en San José (el Barrio) cundió el miedo y muchos restringieron la participación al mínimo. En cambio en otros pueblos dio ánimos para seguir, para ver que, a pesar de la brutal represión franquista, la acción era posible, que había que redoblar los esfuerzos.
1. Su padre, Juan Anaya Cantero, estuvo en prisión desde diciembre de 1947 a diciembre de 1948 por haber ocultado durante un mes a su hermano Manuel, el cual fue fusilado en enero de 1949: era un guerrillero antifranquista, y como tal perteneció al maquis de la Sierra Sur sevillana y los Montes de Málaga.
2. Sus hermanos Rafael y Lázaro aseguran que murió el 7 de enero de 1987, cuando tenía 41 años, a consecuencia de las torturas cuando fue interrogado en la madrugada del 10 de septiembre de 1968. Desde aquel momento Manuel no levantó cabeza: padeció convulsiones y otros males, y tuvo sus facultades mentales mermadas, teniendo que ser atendido en el Hospital en numerosas ocasiones.
(Continuará)